Se escuchaban sus pasos hacer crujir la madera de aquel pequeño puente que cruzaba uniendo dos extremos de tierra, una húmeda y la otra completamente seca.
Tenia un chaleco negro y bajo el una camisa del mismo color que jurarías formaba parte de el chaleco pero el grabado de sus mangas te hacia pensar de otra forma.
Y ahí estaba ella sentada al borde del puente sobre una columna rota, mirándolo acercarse; pidiendo a gritos que se acercara más pero él se quedó a la mitad del puente.
Ella bajó de la columna y se acercó a él, temerosa pero decidida, quizás el venía con un buen propósito. El no la miraba a los ojos y ella quería mirarlo para entender, que no hubiera dado por lanzarse a sus brazos, por pedirle que la observara, que volviera a ese mundo mágico que se caía a pedazos sin él. Quería gritarle "vuelve" pero la sequía del otro lugar, la sequía en sus palabras; la sequía en su mirada la hacían ver que quizás el ya no quería jugar con libélulas, ya no quería soñar con hadas; ya no quería a esa hada.
"Me tengo que ir" dijo él, después de unas pocas palabras cruzadas, ella no pudo despedirse; no pudo correr, él se montó en su caballo negro y por la tierra seca fué a gran velocidad una libélula se posó en la mano de la chica, ella en silencio le susurro unas palabras y esta voló tras él.
Mirando hacia el puente, se volvió a sentar sobre la columna, esperando que volviera. Salió la luna gigantesca que iluminaba toda tierra, pero él no volvió.
Y la libélula seguía volando, buscándolo; por que le tenía un mensaje y seguía atrás de ese caballo, esperando que su jinete quisiera hacerlo volver. Necesitaba volver.
Vaya un relato de una buena Historia... me agrada mucho así esto no se quedaran sin eso interesante,
ResponderEliminarexcelente, me agrada voy a sumergirme en tu Historia...